La oración puede ser una actividad, o puede ser una forma de vivir. La oración como una actividad, o como una costumbre inconsciente, no llena los espacios vacíos y la profunda necesidad de conocer a Dios intimamente. Sin embargo cuando elegimos crear una vida en oración permanente, permitimos y admitimos una vida de interacción continua con Dios y con sus fuerzas espirituales.
En realidad, la oración es un intercambio constante de amor entre nuestro Creador y nosotros. Y yo creo que eso es lo que tanto buscamos y añoramos. Estamos buscando reafirmar que somos amados, que no estamos solos, que nosotros, y nuestros asuntos le importan a Dios y estamos en un estado de sed perpetuo por su luz, por su amor y por nuestra comunión con Él-Ella. Es como si vivieramos con la añoranza constante de regresar al vientre divino pues queremos volver a sentirnos resguardados, protegidos, armoniosos y acogidos de nuevo.
Es a través de la comunión con Dios, en la oración, que logramos alimentar nuestro corazón hambriento. En la oración se da el encuentro con todo lo que anhelamos, lo que tanto buscamos y lo que nos traerá la paz y la resolución que con tanta ansia buscamos.
Es vital devolvernos al verdadero significado de la oración y alimentar esa parte de cada uno de nosotros que ansía apasionadamente encontrarse verdaderamente con Dios y entrar en una relación íntima de amor apasionado que bota toda barrera, que hace todos los imposibles posibles, que da espacio para los Milagros y que llena el vacío que llevamos dentro con la certeza de que somos amados y sostenidos por Él.
La verdadera oración libera el poder de Dios en nuestro ser para lograr inmensurablemente más de lo que nosotros podríamos lograr o imaginar por nosotros mismos. Es entonces, la forma en la que nos liberamos de nuestras ataduras terrenales y del tiempo, para participar en la eternidad.
La oración es entonces, una forma de abrir una puerta y extenderle una invitación a Dios, dentro y fuera de nosotros mismos para que Él-Ella en Su gracia trabaje a través de nosotros y manifieste su voluntad.
Es la invitación que le dice a Dios:
“Tu sabes mejor que yo lo que es bueno para mí, te amo.
Que se haga Tu voluntad.
Yo en Ti camino.
Enséñame a vivir en Ti”