Si alguien, amorosamente, le sorprendiera en la mañana y le llevara el desayuno a la cama, diciéndole que no tiene nada de que preocuparse pues todo está bajo control y le dijera que lo único que usted tiene que hacer es desayunar tranquilo y sin prisa… ¿qué haría? ¿lo aceptaría con una sonrisa y con gratitud? ó ¿ empezaría a preocuparse por todo lo que hay que hacer y en vez de disfrutarlo, haría su desayuno a un lado e iría a corroborar que todo ciertamente está bajo control? O quiza, ¿se enojaría por la ridiculez de semejante lujo para el cual usted no tiene ni tiempo ni ganas? O bien, ¿Se empezaría a preocupar por las migas en la cama?
¿Qué haría si fuera Dios quien le llevara el desayuno a la cama?
¿Confiaría?
¿Dudaría?
¿Aceptaría?
¿Recibiría?
Piense si en este momento, ¿está dispuesto y puede aceptar todo regalo que viene del Padre, o si todavía está poniendo “peros” y excusas para parar todo lo bueno que viene de Él?