En mi experiencia, pocos conocemos lo que es la oración y es por eso que se nos va la vida creyendo que con pedir y pedir, desde la angustia y el dolor, basta para traernos la respuesta que esperamos de Dios la cual a veces, sentimos, que tarda demasiado en llegar, si es que llega. Este tipo de petición, llena de angustia y enfocada en lo negativo de nuestra vida, solamente trae el mal sabor de oración no respondida y la sensación de que no somos tan importantes para Dios como suponíamos. Esto a su vez, nos da batería para confirmar que hay algo lerdo, deficiente o triste en nosotros por lo cual no somos dignos de respuesta. Es todo un paradigma que trae dolor y decepción y del cual no parecemos poder salir.
Sin embargo, yo le aseguro, garantizo y asevero que no hay nadie más interesado en nuestro bienestar, en nuestra alegría y en la restauración de nuestra alma, que Dios mismo.
La oración más que decirle a Dios lo que necesitamos y deseamos (lo cual le recuerdo, Él ya sabe de antemano sin que tengamos que decírselo), la oración es la expresión de nuestro deseo de ganar una consciencia de la voluntad de Dios en nuestra vida. En otras palabras: la oración es una invitación extendida a Dios para trabajar a través de nosotros. Es la invitación que le dice a Dios: “Tu sabes mejor que yo lo que es bueno para mí, te amo. Que se haga Tu voluntad”.
Si llenáramos nuestras oraciones con el silencio de esta Intención Santa de comulgar con Él y abrir nuestro Ser a lo que Él quiera, otra historia cantaría y empezaríamos a movernos hacia un lugar auténticamente diferente en donde sabremos lo que se siente que Dios responda.
Yo siempre me pregunto: ¿cómo se supone que escuchemos la respuesta de Dios si no nos callamos nunca? ¿si nos embalamos en la cháchara constante de nuestras inseguridades, de nuestros lamentos y del ruido de cuanto aparato electrónico y descubrimiento tecnológico se nos pone enfrente?
¿Ya se dio cuenta que le ponemos más atención a nuestro celular que a Dios? Si escuchara a Dios con la misma pasión y encanto con el que pierde su mirada y el resto de sus sentidos en las profundidades de su celular, créame que su vida sería distinta.
Si de verdad quiere poder escuchar las respuestas de Dios, (que le aseguro que caen a su alrededor a diestra y a siniestra sin que usted se de cuenta) le recomiendo que después de su oración silenciosa de invitación a Él, Medite (sí, así como lo lee: Medite pues es necesario hacer silencio y dar la oportunidad de ser respondido). La Meditación viene después de la oración pues la Meditación es hacer a un lado todos los pensamientos al azar para que podamos sintonizarnos y armonizarnos cada vez más con lo Divino. La Meditación es escuchar lo que lo Divino nos dice dentro de nosotros mismos.
Organice y planifique momentos definitivos de oración y más tarde, momentos de meditación. Familiarícese con cada uno y aprenda a reconocer la diferencia.
La oración es llamar la atención de lo Divino dentro de nuestro Ser, y llamar a lo Divino fuera de nuestro Ser, extendiendo una invitación abierta y clara al Creador. La Meditación es permanecer quieto y en silencio en nuestro propio cuerpo, en nuestra mente, y corazón, escuchando lo que tiene que decir la voz y energía de nuestro Creador.
Si hace esto, verá como sus oraciones son respondidas en formas maravillosas que usted ni se puede imaginar ahora.
A menos, claro está, que no quiera.
Esta es una publicación del blog de Yvonne: www.angelesenlacasa.com