En el caminar del amor personal, es vital darnos la oportunidad de expresar nuestras emociones, nuestros verdaderos pensamientos, nuestros sueños genuinos y puros.
El aceptarnos a nosotros mismos es darnos el regalo de poder ser auténticos, de decirnos la verdad, de honrar nuestra esencia que desea expresarse a través de nuestra creatividad,.
Aceptarnos a nosotros mismos implica además honrar los sueños queridos de nuestro corazón, y darle validez a nuestros deseos, necesidades e ideas.
Pero, ¿cuántas veces nos obligamos al silencio? ¿Cuántas veces permitimos que otros decidan por nosotros? ¿Cuántas veces nos hacemos de oídos sordos a aquello que nuestra alma desde hace tanto tiempo grita? ¿Cuántas veces nos ignoramos, nos invalidamos, nos transgredimos para darle prioridad a otros? ¿Para mantener la paz? ¿Para evitar la batalla? ¿Para irnos por el camino más fácil?
Y mientras tanto, nuestra alma languidece, nuestro corazón, como pasa arrugada se encoge, el río de nuestra vitalidad se seca, nuestro entusiasmo muere, y los días pasan, rutinarios, aburridos, llenos de lo mismo, repetidos sin esperanza de ver la luz en nuestros ojos y sin poder expresar todo nuestro potencial divino.
Aceptarnos a nosotros mismos, se trata de darnos lugar, darnos espacio, darnos libertad, darnos escucha, confiar en nosotros mismos, suspender el juicio sobre lo que sentimos, pensamos y necesitamos expresar.
Aceptarnos a nosotros mismos significa honrar nuestra divinidad, nuestra humanidad, y vivir como nos sentimos guiados divinamente a vivir.
La aceptación es un “Si” incondicional y absoluto a quienes somos en nuestra esencia. Es sentirnos curiosos de lo que tenemos que decir, es vivir en comunión sagrada con nosotros mismos.
Yo me amo, me acepto, me horno y me respeto, completa, profunda e incondicionalmente.
Es en mi el amor de Jesús.
Es en mi la aceptación de Jesús.
Es en mi la bondad de Jesús.
Es en mi el poder del amor de Dios.
Es en mi mi amor por mi.
Así es y hecho está. Amén.