La Ley del Dar y el Recibir, se refiere al concepto de circulación. Todo el Universo se mueve a través de la Ley de la Circulación. Piense en el dar y el recibir como energía que circula, hacia dentro, y hacia afuera.
Piense en un río por ejemplo: si un río, decidiera dejar de correr sus aguas y ya no darle su agua al mar, sus aguas se estancarían. Sin embargo la naturaleza, que funciona también dentro de la Ley del Balance, haría que estas aguas estancadas se evaporaran, convirtiéndose en vapor, el cual seguidamente se convertirá en nubes y luego las nubes se convertirán en lluvia, la cual al caer, volvería a alimentar de agua al río y le daría la oportunidad de que sus aguas dejen de estar estancadas. Este es un ciclo maravilloso pues da la oportunidad de siempre poder volver al balance. Sin embargo, el proceso de volver al balance, no es grato, ni tan sencillo como pareciera en la historia del río: mientras el río transiciona de sequedad total hasta volver a tener agua suficiente para correr, animales mueren por falta de agua, siembras se ven secas, seres humanos no tienen agua para cubrir sus necesidades básicas de limpieza, el planeta sufre.
Mi mensaje hoy es que, lo mejor que podemos hacer para mantener el balance en nuestra vida, y no estancar nuestras aguas, es aprender a mantener en circulación balanceada el dar y el recibir.
El Universo es un lugar abundante, lleno de movimiento, de vida, de ciclos que nos devuelven la vida una y otra vez, pero cada vez que nos negamos a dar y a recibir, interrumpimos su flujo y empezamos a poner diques que paran su gracia, su provisión, su energía amorosa y abundante.
La ley fundamental del dar y el recibir es esta: No podemos recibir nada hasta que damos, y no podemos dar nada hasta que recibimos.
¿Cómo poder dar, auténticamente dar, si no estamos conectados en la energía restauradora del recibir? Y, ¿cómo recibir si somos incapaces de dar?
Es por esto que no podemos separar una energía de la otra.
El mantener estas dos energías en balance en nuestra vida, nos permite manetener abiertos nuestros canales: energéticos, intuitivos, nuestros canales de la gracia, de escucha, de la abundancia.
Indudablemente, estamos más entrenados a dar, que a recibir. Y con dar me refiero a dar en generosidad, en escucha, en respeto, en bondad, en honestidad, en compasión, en delicadeza, en el reconocimiento del otro como hijo de Dios y por lo tanto, el reconocimiento que el otro lleva en si mismo, un pedazo de mi. Si yo lo hiero, me hiero, si yo lo limito, me limito. Si yo no lo respeto, yo me estoy irrespetando a mi mismo. Es maravilloso ver que cuando damos, en realidad, nos estamos dando a nosotros mismos.
Y en la acción de dar, también me refiero al dar nuestra energía donde merece ser recibida, es decir, en forma proactiva y en un espacio energético puro. (No, por ejemplo, confundamos dar, con dar carta blanca a que nos traten mal o a ser abusados, usados, etc.) Nuestra energía es una substancia sagrada que es poderosa, pero que a la vez es delicada. Tenemos que consultar con nuestro corazón, con nuestra alma y con Dios cuando nos disponemos a dar, para asegurarnos que vamos a depositar nuestra energía en un lugar o persona que está dispuesta a dar fruto de luz. Esto es muy importante de entender.
Y, ¿qué es el recibir? Es la aceptación momento a momento, de lo que viene a mi. Y, aquí, debo señalar, que no dije: “es la aceptación momento a momento de todo lo bueno que viene a mi”. No, es la aceptación momento a momento de lo que viene a mi, sea lo que sea.
No es posible recibir solo lo que queremos recibir, no podemos crear una especie de burbuja en la que solo vamos a recibir lo que juzgamos como bueno para nosotros, porque el Universo no funciona asi: la luz y la sombra co-existen. Lo que consideramos bueno, muchas veces viene sembrado en un territorio difícil y borrascoso. El recibir significa un “si” total, absoluto a todo aquello que viene a mi: aún aquello que duele.
Yo se que al leer esto tal vez lo hago temblar, (yo tiemblo mientras lo escribo) porque la realidad es que invertimos mucho tiempo y esfuerzo en nuestra vida, resistiéndonos, peleando, batallando, negando todo aquello que pueda hacernos sufrir, alejando de nosotros todo aquello que no nos gusta, que nos asusta, que nos intimida. Y en el recibir, existe la necesidad de rendirnos, de bajar las manos, de dejar de pelear y resistirnos a todo esto.
Por eso es que es más facil dar (o regalar), porque en el dar, tenemos cierto control, podemos dar y mantener nuestra coraza puesta, podemos dar sin ser vulnerables, podemos dar sin tener que ser humildes, podemos dar sin tomar riesgos más allá de lo que sentimos que es confortable y seguro para nosotros.
Para poder mantener la energía de la vida, de la abundancia, del amor, tenemos que circularla a través del dar y el recibir. Y si el recibir significa bajar mis manos y dejar de batallar, ¿qué significa esto? Significa vulnerabilidad. Humildad. Porque todo aquello que es bueno, todo aquello por lo que hemos estado pidiendo recibir, puede y muy seguramente va a venir desde un lugar que no conocemos, de forma inesperada, no familiar ante la cual, la humildad es requerida para poder reconocer el regalo que viene a nosotros. Cuando somos necios, arrogantes y exigentes, no estamos en capacidad de recibir, no estamos listos pues estas actitudes están basadas en el temor, en la duda y la desconfianza.
A través de nuestras experiencias dolorosas, nos vamos cerrando, nos vamos aislando, y vamos colocando mecanismos de defensa diseñados para evitar que aquello doloroso que pasó antes, no vuelva a pasarnos otra vez. Y si bien, es importante tener mecanismos de defensa ante ciertas circunstancias y ante ciertas personas, el problema es que no sabemos discernir cuándo estar abiertos, y cuándo cerrar compuertas. Terminamos cerrando todo nuestro ser y desconéctandonos de la intimidad con otros seres, de la intimidad con Dios, de la intimidad con los milagros, de la intimidad con las sorpresas agradables y emocionantes, terminamos, incluso, desconectándonos de nosotros mismos.
Pero, ¿para qué quiero recibir? ¿por qué podría interesarme abrirme a recibir? ¿Qué importa si mi energía se estanca y no hay circulación en mi ser? Importa, porque el recibir definitivo, es el recibimiento de uno mismo dentro de uno mismo.
El recibir se traduce en recibirme a mi mismo dentro de mi mismo. Si yo no me recibo a mi en mi, ¿cómo poder expresarme creativamente? ¿cómo poder manifestar mi regalo al mundo, mi misión en esta tierra, si no puedo ni siquiera recibir mi imagen en el espejo?
Para dar mi mensaje al mundo, para atreverme a salir cada día a la calle, siendo quien soy, con la bandera de mi personalidad, de mi magnificencia, y mi fuerza de espíritu, necesito a la vez ser vulnerable, y aceptar, que quizá no le guste a todo el mundo, que quizá ante los ojos de otros, me vea ¡como loco, como excéntrico, cómo difícil, como desajustado!
La capacidad de recibir tiene una relación directa con atrevernos a ser quien somos, y con sentirnos merecedores, sentirnos suficiente: así como somos, con nuestra luz y con nuestra sombra.
Nuestra capacidad de recibir determina si estamos listos, si podemos contener los regalos que el Universo nos presenta.
El ciclo de dar y recibir llama a unificarnos con la vida, con las experiencias que nos pasan en la vida, y especialmente llama a la unificación con Dios en nosotros mismos.
Oración Sanadora para Abrirse a Dar y a Recibir
“Amado Padre, Creador de Todo lo Que Es: enséñame la verdad de mi mismo. Enséñame cómo puedo abrirme a dar y a recibir en balance.
Enséñame lo que significa dar y recibir de acuerdo a Tu entendimiento y definición. Llévame de la mano, y enséñame el camino para abrir los diques que he puesto en mi, que paran la circulación de Tu Gracia en mi.
Enséñame quién soy cuando doy y cuando recibo.
Enséñame tus bondades, y enséñame a no temer dar ni recibir.
Sana en mi todo obstáculo para recibirte en mi, y para recibirme a mi en mi. Enséñame Padre, enséñame.
Gracias, gracias, gracias.
Amén.”